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Vallecas y el poeta Miguel Hernández

Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.
(El Hombre Acecha 1937-1939)

El próximo 23 de abril, con motivo de la IX Edición de “Vallecas Calle del Libro” en el Centro Cultural Paco Rabal, el Grupo de Tertulia Poekas organiza un homenaje a Miguel Hernández, el poeta de la Guerra Civil Española, con montaje audiovisual y acompañamiento músico coral. El evento tendrá lugar a las 19:30 en el graderío del centro cultural y se titula «El rayo que no cesa: tributo a Miguel Hernández».

Este es también nuestro particular y modesto homenaje.

«[…]Salimos precipitadamente de Madrid, de uno de sus cuarteles, al que yo había llegado unas noches antes desde mi pueblo. Me dieron un fusil. Lo cogí como una cosa extraña y me lo eché al hombro. Me avergonzaba confesar que no sabía manejarlo, porque había tenido tiempo de sobra para ello. Vi que unos compañeros se burlaban de otro que estaba en la misma ignorancia que yo, y me volví a avergonzar y me maldije […]»
(Publicado en Al ataque. 23 de enero de 1937. Desde http:// www.lainsignia.org)

Miguel Hernández fue combatiente de la República y utilizó su profesión de poeta y dramaturgo para hacer su guerra al ejército sublevado. Miguel Hernández combate en el 5º Regimiento, milicias del Partido Comunista que fueron el germen de la linea defensiva que hoy se encuentra en el Parque Lineal del Manzanares y que el pasado domingo 11 visitamos.

Aunque Miguel Hernández nunca pisara el Parque Lineal del Manzanares, sí lo hicieron aquellos que compartían su forma de sentir, desde Rafael Alberti hasta los soldados de ese primigenio Ejército Popular de la República -encarnado por el Quinto Regimiento- que confundieron vida y muerte en una brutal forma de sentir que ha llegado escrita en su poesía hasta nuestros días.

Callo después de muerto.
Hablas después de viva.
Pobres conversaciones
desusadas por dichas,
nos llevan a lo mejor
de la muerte y la vida.
(Cancionero y Romancero de Ausencias 1938-1941)

Los terribles momentos de la confrontación bélica quedaron grabados en la poesía de Miguel. Muy probablemente el sentimiento de entrega total por el ideal republicano de libertad, le hace ver la muerte en cada faceta de la realidad, casi como parte de la vida misma. También es muy probable que esa sensación no fuera privativa de las trincheras republicanas y que algo muy parecido recorriera las de los soldados del ejército sublevado. Es por lo tanto un sentir universal que dibuja los durísimos trazos de una guerra, siempre desgraciada.

Miguel Hernández se alista nada más estallar la Guerra Civil Española en el bando gubernamental. Tras ello va recorriendo la geografía española allí donde se le necesita, llegando a estar a las órdenes de Líster en la 11ª División. Esta División es la engendrada en la Batalla del Jarama, tras recibir varias brigadas mixtas y el grueso de la 1ª -que estaba en el sector de VillaVerde-Entrevías- para efectuar el contraataque de Coberteras.

Miguel es compañero y amigo de colegas de profesión como Rafael Alberti, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre o del periodista cubano Pablo de la Torriente Brau, que muere en Majadahonda el 19 de diciembre tras ser herido el día anterior en el frente.

Tras la derrota del ejército del Gobierno y la destrucción del Estado republicano, Miguel es encarcelado. Tras rocambolescas gestiones de Neruda ante un cardenal, Miguel queda libre. Pero le delatan y vuelve a la cárcel para ser juzgado y condenado a muerte, pena que se le conmutará por las presiones de intelectuales, pero que se cobrará su tributo cuando el poeta muera de tuberculosis en la cárcel dos años después. Tenía 31 años.

La vida y obra de Miguel Hernández se ha mitificado debido a lo simbólico de su existencia, siendo hoy uno de los iconos de la resistencia cultural dentro de la Guerra Civil Española.

El viernes Poekas, en Vallecas, al otro lado del Parque Lineal del Manzanares, le recuerdan en el Centro Cultural Paco Rabal. No habría un sitio mejor para hacerlo que el propio Parque Lineal del Manzanares, por su enorme Patrimonio histórico y por su ubicación privilegiada dentro de Madrid. Sin embargo eso no será posible mientras las administraciones no muestren algún interés por su puesta en valor, y prefieran desarraigar y desintegrar culturalmente un espacio con enorme personalidad propia.

Seguiremos esperando, mientras tanto, nos vamos con Poekas a Vallecas.

2 comentarios en «Vallecas y el poeta Miguel Hernández»

  1. Miguel Hernández sobre Madrid («El hombre acecha»: 1937-39):

    De entre las piedras, la encina y el haya,
    de entre un follaje de hueso ligero
    surte un acero que no se desmaya:
    surte un acero.

    Una ciudad dedicada a la brisa,
    ante las malas pasiones despiertas
    abre sus puertas como una sonrisa:
    cierra sus puertas.

    Un ansia verde y un odio dorado
    arde en el seno de aquellas paredes.
    Contra la sombra, la luz ha cerrado
    todas sus redes.

    Esta ciudad no se aplaca con fuego,
    este laurel con rencor no se tala.
    Este rosal sin ventura, este espliego
    júbilo exhala.

    Puerta cerrada, taberna encendida:
    nadie encarcela sus libres licores.
    Atravesada del hambre y la vida,
    sigue en sus flores.

    Niños igual que agujeros resecos,
    hacen vibrar un calor de ira pura
    junto a mujeres que son filos y ecos
    hacia una hondura.

    Lóbregos hombres, radiantes barrancos
    con la amenaza de ser más profundos.
    Entre sus dientes serenos y blancos
    luchan dos mundos.

    Una sonrisa que va esperanzada
    desde el principio del alma a la boca,
    pinta de rojo feliz tu fachada,
    gran ciudad loca.

    Esa sonrisa jamás anochece:
    y es matutina con tanto heroísmo,
    que en las tinieblas azulmente crece
    como un abismo.

    No han de saltarle lo triste y lo blando:
    de labio a labio imponente y seguro
    salta una loca guitarra clamando
    por su futuro.

    Desfallecer… Pero el toro es bastante.
    Su corazón, sufrimiento, no agotas.
    Y retrocede la luna menguante
    de las derrotas.

    Sólo te nutre tu vívida esencia.
    Duermes al borde del hoyo y la espada.
    Eres mi casa, Madrid: mi existencia,
    ¡qué atravesada!

  2. Vientos del pueblo, poema de Miguel Hernández, publicado en El Mono Azul el 22 de octubre de 1936.

    Vientos del pueblo me llevan,
    vientos del pueblo me arrastran,
    me esparcen el corazón
    y me aventan la garganta.

    Los bueyes doblan la frente,
    impotentemente mansa,
    delante de los castigos:
    los leones la levantán
    y al mismo tiempo castigan
    con su clamarosa zarpa.

    No soy de un pueblo de bueyes,
    que soy de un pueblo que embargan
    yacimientos de leones,
    desfiladeros de águilas
    y cordilleras de toros
    con el orgullo en el asta.

    Nunca medraron los bueyes
    en los páramos de España.

    ¿Quién habló de echar un yugo
    sobre el cuello de esta raza?
    ¿Quién ha puesto al huracán
    jamás ni yugos ni trabas,
    ni quién al rayo detuvo
    prisionero en una jaula?

    Asturianos de braveza,
    vascos de piedra blindada,
    valencianos de alegría
    y castellanos de alma,
    labrados como la tierra
    y airoso como las alas;
    andaluces de relámpagos,
    nacidos entre guitarras
    y forjados en los yunques
    torrenciales de las lágrimas;
    extremeños de centeno,
    gallegos de lluvia y calma,
    catalanes de firmeza,
    aragoneses de casta,
    murcianos de dinamita
    frutalmente propagada,
    leoneses, navarros, dueños
    del hambre, el sudor y el hacha,
    reyes de la minería,
    señores de la labranza,
    hombres que entre las raíces,
    como raíces gallardas,
    vais de la vida a la muerte,
    vais de la nada a la nada:
    yugos os quieren poner
    gentes de la hierba mala,
    yugos que habeís de dejar
    rotos sobre sus espaldas.

    Crepúsculo de los bueyes
    está despuntando el alba.

    Los bueyes mueren vestidos
    de humildad y olor de cuadra:
    las águilas, los leones
    y los toros de arrogancia,
    y detrás de ellos, el cielo
    ni se enturbia ni se acaba.
    La agonía de los bueyes
    tiene pequeña la cara,
    la del animal varón
    toda la creación agranda.

    Si me muero, que me muera
    con la cabeza muy alta.
    Muerto y veinte veces muerto,
    la boca contra la grama,
    tendré apretado los dientes
    y decidida la barba.

    Cantando espero a la muerte
    que hay ruiseñores que cantan
    encima de los fusiles
    y en medio de las batallas.

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