Pasada la Batalla del Jarama, tras los últimos intentos infructuosos de asalto al Vértice Pingarrón del 27 de febrero, el Ejército republicano claudica definitivamente y pasa a consolidar sus posiciones.
El ejército de Franco, desde el día 15 de febrero, ha desplegado sus últimas maniobras ofensiva, y se prepara para la fase defensiva de atrincheramiento y defensa a ultranza de las posiciones alcanzadas.
La absoluta falta de reservas y el hecho de no poder prosperar en los ataques, merced a la resistencia numantina demostrada por los voluntarios internacionales de las Brigadas Internacionales, en combinación con las Brigadas Mixtas españolas, obliga a Franco a adoptar tal decisión.
La ofensiva italiana desencadenada en Guadalajara a primeros de marzo de 1937, a fin de avanzar en línea recta hacia Madrid, llega demasiado tarde como para desviar fuerzas republicanas del frente del Jarama.
Tras la estabilización del frente, comienza una particular «guerra de trincheras», consistente en reforzar las posiciones con el enmascaramiento y blindaje con nidos de hormigón adecuados y en dar golpes de mano a fin de rectificar las líneas del frente más desfavorables. Nunca se establecerá la paz completa y siempre habrá oportunidad de sacudir al enemigo en el momento más insospechado o cuando se requiera aliviar la presión del enemigo en otros frentes.
La guerra de propaganda, mediante altavoces gigantes montados sobre camiones y otros medios es una constante. Se ha dado durante la batalla y ha continuado después, exasperando al contrario.
En las trincheras pululan los mensajes lanzados con altavoces y panfletos con los más diversos textos, que exhalan patriotismo de ambos lados, y que son lanzados contra el adversario. Se busca la deserción que, a veces, se producirá por diferentes razones. Los militares profesionales del ejército nacionalista jamás lo harán, forma parte de su profesión. Sí se logrará la defección desde uno u otro bando, entre los enrolados a la fuerza o aquellos que tenían alguna causa pendiente en sus filas. No obstante la cifra no será muy elevada; unos 200 soldados nacionalistas y unos 42 voluntarios de las Brigadas Internacionales.
Uno de estos panfletos reza lo siguiente, por si hubiera dudas sobre que el término «nacional» no fuera también republicano:
El Ejército Nacional Republicano, compuesto por los mejores hijos de la gran España, avanza irresistiblemente hacia la victoria.
¡Viva la España Republicana!
Pero para los voluntarios internacionales, la Batalla del Jarama no acaba con el silencio de sus frentes. Extranjeros de sí mismos, cuando llega el ansiado y breve descanso, no hay hogar al que acudir, no hay esposa, no hay padre ni madre que les acoja tras la dura batalla, lejos de la húmeda trinchera. Algunos, los más, ni siquiera tendrán patria adonde regresar tras defender los ideales democráticos de Libertad e Igualdad en otra tierra que no era la suya, de la que apenas conocían su nombre y que terminará desapareciendo tras sus propios pasos, cuando abandonen España y tras de ellos se derrumben esperanzas e ideales.
Muchos de ellos descansan en un olvidado cementerio, sin lápida ni texto alguno, cerca de Morata, a escasos metros del frente que defendieron durante la batalla.
La Batalla del Jarama ¿un error estratégico de ambos bandos?
Lejos de afirmar quién ganó o perdió la Batalla del Jarama, podría decirse que estratégicamente no estuvo bien planteada. A la poca previsión nacionalista en cuanto a las reservas necesarias para tan ambicioso plan, se unió el hecho de que obviaron la capacidad de resistencia y contraataque del enemigo además de las durísimas dificultades encontradas al verse peleando sobre una meseta sembrada de olivares que desdibujaba la ubicación de las fuerzas propias y contrarias; que hacía pasar inadvertidos los ataques de carros blindados hasta que no estaban encima; que favorecía a los tiradores aislados; que hacía perder las referencias y equivocar las direcciones de ataque encomendadas; «como luchar en un laberinto».
Pero aún más allá, la concepción de la Batalla del Jarama, ideada desde un punto de vista rudo, elemental, sangriento, «un choque de carneros», se limitaba a enfrentar hasta la extenuación, a las dos masas de maniobra enfrentadas. Hasta la inusitada victoria o hasta el más absoluto y recíproco aniquilamiento . Resistencias y ataques desesperados que aniquilaban hombres y reservas con la única bandera de los ideales y del patriotismo. Muy escasa o ninguna brillantez estratégica tuvieron tales planteamientos.
Dos frentes chocando, en una brutal fricción, sin ningún resultado. Sólo grietas, pequeños objetivos que se alcanzan y se pierden en un espacio limitado y, en fin, relevo incesante de unidades desgastadas, sin otro fruto que ganar unos metros de terreno
Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor republicano
Pero los republicanos pecaron del mismo defecto. Los ataques del Pingarrón o de La Marañosa están cortados por los mismos patrones de choque frontal, ilógico, tácticamente desastroso.
El día 12 de febrero el general Vicente Rojo propone un plan para rentabilizar el hecho de que las mejores unidades rebeldes, Legión y Regulares, están aparentemente en una ratonera, con los republicanos delante de ellos y con el río Jarama a sus espaldas, extenuados por un avance incesante y sin descanso.
Rojo propone mover las reservas y pasarlas al flanco derecho del frente de Madrid, iniciando el ataque que tenían preparado y nunca ejecutaron. Rojo quería atacar con dirección Navalcarnero, ahora que la mayor parte de reservas rebeldes estaban en el Jarama, y profundizar hasta cerrar una pinza que dejara a lo mejor del ejército franquista, aislado entre dos fuegos. Una maniobra que de haber tenido éxito habría puesto un punto y aparte en la Guerra Civil Española.
El mando republicano, vacilante, con poca fe en sus recursos y capacidades, desiste de esta idea y prefiere invertir sus reservas en el Jarama, arriesgando lo mínimo. Se recurre de nuevo al ataque frontal, extenuante, esperando que el enemigo abandone sus posiciones cuando vean venir las masas enemigas o cuando las bajas propias sean alarmantes.
Nada más alejado de la realidad. La Guerra Civil Española sería dura y muy larga, como ya vaticinaba lo acontecido en esta batalla.