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La Villa Romana de la Torrecilla

Villa romana de la Torrecilla

La villa rústica de la Torrecilla de Abén Crespín en la actualidad

La villa romana de la Torrecilla de Aben Crespín debe su nombre al hecho de hallarse enclavada en una terraza arenosa de la cuenca baja del río Manzanares, a 300 metros de donde estuvo la aldea medieval madrileña del mismo nombre, citada por vez primera en un Privilegio Real de Fernando III (1239).

La memoria de la excavación está recogida en un libro redactado por las dos arqueólogas que trabajaron en la misma, Mª Concepción Blasco Bosqued y Mª Rosario Lucas Pellicer, junto a un equipo colaborador de especialistas.

Siguiendo este libro, «El yacimiento romano de la Torrecilla: De Villa a Tugurium«, publicado en el año 2000; vemos en primer término, que el lugar de emplazamiento de la villa no es casual; que ya existió una larga secuencia ininterrumpida de uso de este entorno, que abarcaba desde la edad de piedra y continuó bastantes siglos después del período romano; visigodos, hispanorromanos, mozárabes, árabes, repobladores cristianos (1085); momento en que es nombrado por el códice real y resto de documentación bajomedieval generada a posteriori.

Como antecedentes, aparte de la aparición de herramientas líticas (Paleolítico) y de los fondos de cabaña y silillos colmatados de restos óseos y cerámicos (Bronce) se observan restos cerámicos del Hierro I-II y rastros de urnas de cremación de posibles necrópolis, además del hallazgo de un brazalete votivo de oro macizo, de igual período, encontrado de modo casual en un arenero próximo al Prado del Verdegueral, donde también se llegó a excavarse una fosa de incineración romana con depósito votivo y ustrinum (horno), justo frente a la Estación Depuradora, en la margen opuesta.

Los restos godos, necrópolis del Jardinillo, a corta distancia de la villa romana, pasado el camino existente entre ambos; así como las huellas de reocupación de este período observadas en la propia villa, son obviamente posteriores.

Mapa y localización de la villa.

Mapa y localización de la villa. Nótese como deriva el término «Abén Crispín» en el de «Iván Crispín». El primero de origen árabe y que significa «hijo de Crispín».

¿Cómo se descubre la villa? Pues, como tantos otros descubrimientos que desde los albores del siglo XX se vienen produciendo tras la apertura de numerosos areneros en toda la cuenca fluvial del Manzanares partiendo del corazón mismo de la ciudad de Madrid hasta los últimos confines previos a su desembocadura en el Jarama.

Entre las arenas y gravas aparecen fósiles y cerámicas, restos líticos y rastros de construcciones y necrópolis. Se llegan a establecer unos premios en metálico para los obreros que declaren los hallazgos, previniendo que los silencien o se pierdan.

Por entonces, la demanda de materiales de construcción para acometer el plan de ensanches de Madrid acelera los descubrimientos, como ahora mismo sucede con la ejecución de las grandes obras públicas, autovías e infraestructuras ferroviarias.

El lugar del enclavamiento de la villa es privilegiado, en un contexto de valle fluvial, con explotaciones agrícolas y ganaderas, corredor natural entre el norte y sur peninsular, que más tarde acogerá la gran vía galiana de la trashumancia, Cañada Real de las Merinas, que atraviesa el río por el puente alzado sobre el Vado Arenoso del Fuero Viejo madrileño (1145-1202).

Zona de influencia del cruce de las Vías 24 y 25 del Itinerario Antonino; un lugar de paso que puede atraer tantos riesgos como beneficios, según sean  las épocas, de crisis o de bonanza; de epidemias o de guerras.

Valle del Manzanares visto desde la villa

Valle del Manzanares visto desde la villa. Lo productivo de estas tierras continúa siendo un hecho sobresaliente. En este entorno, además, el río es vadeable, lo que le confiere una importancia singular al ser lugar de paso.

Comienza la excavación en el verano de 1980; unos socavones  producidos por hundimiento del terreno han sacado a la luz unos gruesos muros, en un área muy removida por maquinaria agrícola.

Se excava metódicamente por cuadrículas, y según van apareciendo pies de muro, puede ir siguiéndose la traza de configuración de la villa que permite finalmente dibujarla.

La estratigrafía presenta cuatro capas diferenciadas: Una primera de tierra vegetal (10cm) a desbrozar. Una segunda de humus, restos animales, cerámicos y de desplome de tapial y tejas (80cm). La tercera capa la componen los elementos caídos de la cubierta y restos ímbrices trapezoidales (20cm). Finalmente, una fina capa de restos de estucos y piedras reposa sobre los distintos pavimentos de tierra batida, opus signinum, etc.

Las campañas continuarán durante los dos años siguientes, 1981-1982, retomándose por último en 1987.

En principio se descubrió una zona con forma de ábside, algunas estancias y restos de muros alineados y truncados, sobre un pavimento general de opus signinum; más algunos huecos excavados después, durante el uso tardío de la villa.

En la última fase, aparecen tres estancias completas e inclusive, una pila tallada de granito; quedando en conjunto, y a la luz, un predium rusticum, donde otium y negotium se conjugan, combinándose la parte rural y la parte doméstica de uso común, articuladas alrededor de un patio rectangular abierto o peristylum, con partes arrasadas en mayor o menor grado.

Se evidencian reformas de usos posteriores, y se van analizando espacios, tipo de solado, revestimiento de muros, pavimentos, rellenos con fuertes derrumbes, percibiéndose las estancias usadas como cocina, despensa, horno, bodega, etc.

Villa romana tras la excavación

Villa romana tras la excavación. Se aprecian perfectamente las cuadrículas practicadas por los arqueólogos.

Los materiales constructivos los ha proporcionado el mismo terreno de asentamiento del fundus: Cantos rodados, sílex, yesos y calizas, arena y cal, arcilla; siendo el granito el único material importado, posiblemente del Guadarrama.

Los elementos de construcción lo constituyen ladrillos característicos, dovelas, ímbrices (tejas), tapiales, adobes y mampostería a base de opus incertum; combinados con pavimentos de guijarros, tierra batida, cenizas, mortero de cal u opus signinum.

Los elementos de apoyo los constituyen un tipo de columnas llamadas pompeyanas, con o sin guía central; que a base de hiladas de cuatro ladrillos con forma de sector circular, complementarios entre sí, componen las pilastras, cual si fueran fustes de columna.

Los tejados se cubren disponiendo los elementos cerámicos imbricados (tejas) sobre el maderamen, existiendo además un tipo de elementos, túbuli de cerámica, abundantes en este tipo de construcción, que permitían construir bóvedas aligeradas acoplándose entre sí.

Los elementos decorativos que aparecen en los escasos restos de estuco están formados por figuras geométricas o temas vegetales, más alguna incisión sobre la pintura seca, habiéndose hallado además plaquetas o estucados con decoración de hilos en relieve.

Respecto a otros restos encontrados; las raederas, lascas o dientes de hoz aparecidos in situ, mueven a pensar, razonablemente, que también pudieron tener uso en esta fase histórica cual herencia adquirida de otras culturas materiales del pasado, como fue la industria lítica; en un momento que los metales y fundamentalmente el hierro alcanzan la primacía de uso. Ciertas teselas y mármoles encontrados remiten igualmente a otros momentos de alto grado de arcaísmo, con patrones remontables al Cobre o al Bronce.

Los vestigios de escorias de la metalurgia del hierro, aunque muy parcos,  inducen a pensar en la existencia próxima de elementos básicos de la industria siderúrgica, como hornos, forjas, fundiciones.

Se ha hallado una fíbula de bronce, de las llamadas de Aucissa; representante único de objetos de metal.

Los restos cerámicos aparecidos pertenecen mayoritariamente a vasijas comunes romanas, aptas para uso culinario, para almacenaje o de tocador: Ollas, platos de fondo plano, cuencos carenados, morteros, jarras; siendo muy escasa la representación de cerámica ibérica decorada al igual que la romana decorada a peine.

En cuanto a cerámicas suntuarias y de importación, hay una muestra regular de TSH y TSHT, terra sigillata hispánica y terra sigillata hispánica tardorromana de imitación; siendo muy escasos los fragmentos de vidrio aparecidos.

De todo ello se practican análisis de composición mineralógica, connotándose que la amplia muestra recogida, de cerámica de uso común, está compuesta de barros y minerales de este mismo área, y por tanto de algún alfar cercano.

Otra fuente fundamental que nos permite interpretar la forma de vida en este enclave, son los restos óseos aparecidos durante los trabajos de excavación.

Estos restos señalan no sólo hábitos alimentarios sino también otras posibles fuentes de recursos económicos, aparte de los señalados como fundamentales, por el entorno en que nos encontramos: Cultivo cerealista, horticultura y ganadería.

Las especies de mamíferos datadas son: Ovejas, cabras, gatos, perros, vacas, caballos, asnos; de orden doméstico. De orden silvestre aparecen junto a especies menores, ratas y erizos, restos de conejos, liebres y ciervos. Todos los huesos se someten a estudio comparativo con piezas del laboratorio de Arqueozoología de la UAM y otros trabajos de clasificación.

Así mismo se opera idéntico estudio de los huesos de ave, estando representadas las siguientes: Ansar común, ánade real, gallo, gallina, perdiz común, sisón, paloma torcaz, paloma bravía-zurita, tórtola común, mochuelo, alcaraván.

La gran talla alcanzada por los gansos denota su sobrealimentación a fin de que desarrollen hígados mayores. Gallos y gallinas proporcionan carne y huevos.

Otros hallazgos casuales en su entorno fueron un osculatorio romano y un sueldo del emperador Honorio, además de otras dos monedas de época Bajo Imperial y una hebilla y un broche de cinturón, en la necrópolis visigoda de inhumación del Jardinillo, de trece sepulturas orientadas de poniente a levante, contemplando de frente la salida del sol, delimitadas con placas de yeso sin desbastar, selladas con ladrillos de gran tamaño.

Ábside de villa excavado

Ábside semicircular aparecido en la excavación de la villa.

Acabados los trabajos de excavación, los planes propuestos de conservación y mantenimiento de la villa, inclusive, su musealización o creación de un parque didáctico centrado en estos restos, pronto cayeron en el olvido de las Administraciones.

Los restos se han ido degradando debido al cambio de medio tierra-aire, que acentúa la humedad ambiental, junto al agua de la lluvia.

Colaborando en su destrucción la acción antrópica, de los vertidos incontrolados de basura, plástico, escombreras; y de los animales y plantas silvestres, socavando la tierra o creciendo erosivamente entre los muros; sin olvidar tampoco a los depredadores del patrimonio arqueológico.

Hay que decir por último, que la actividad desarrollada en esta villa, enmarcada entre los siglos II-VII, puede considerarse representativa de la etapa histórica conocida como Romanización y de un peculiar modelo de ocupación del territorio.

Las numerosas construcciones de este tipo y otras tipologías aparecidas entre el Valle del Tajo y los Valles del Jarama y del Henares, de esta zona centro peninsular, eje de la calzada Emérita Augusta-Caesar Augusta, representan el tránsito del mundo urbano romano a otro modo de vida que las circunstancias socioeconómicas y políticas fueron marcando con el declive de las ciudades.

Hay indicios que indican la existencia de algunas de estas villas aún por excavar, y es de suponer que otras muchas quedan al borde de las calzadas pendientes de descubrir.

Con la llegada de los visigodos y otros pueblos centroeuropeos, los llamados «pueblos bárbaros», -de fuera de los limes o fronteras del imperio romano-, se van reutilizando estas villas ya abandonadas o en decadencia, generando otros modelos de explotación agropecuaria que por dar una acepción latina, diríamos tugurium; más tarde denominadas quintas, quinterías, quintanas, quintanillas, por los especiales repartos que va a imponer sobre ellas la llegada de los nuevos invasores árabes, reservándose las quintas partes de estos predios.

Por describir, finalmente, la forma arquitectónica de esta estructura, diremos que representaba un gran rectángulo, divididos sus cuatro lados en cerca de dos docenas de aposentos cuadrangulares, distribuidos en torno a un patio interior abierto al cielo y porticado, ornado con una estructura absidial destacada en su centro.

No sabemos cómo se culminó el período final tardorromano. Aparecen manchas de tierra negra. Restos óseos de rata que rememoran la asoladora peste del siglo V ó VI u otras epidemias. Hoyos irreverentes excavados en mitad de las estancias, usados como silo o basurero. Sepulturas sueltas y necrópolis en las inmediaciones.

El poblamiento de relevo o continuidad, según se quiera interpretar, de implante altomedieval, y que como indicamos al principio se llamó Torre de Aben Crespín, se reinstaló o creció a poco más de 300 metros de aquí.