La primera línea de ferrocarril que funcionara en Madrid se inauguraría en 1851. Anteriormente ya lo habrían hecho la primera de la península Ibérica cubriendo el tramo Barcelona-Mataró en 1848, y la primera de España, pero en territorio colonial, entre La Habana y Güines, en 1838. El primero del mundo se inauguraría en 1825 entre Stockton y Darlington, en el Reino Unido.
El ferrocarril llegaba tarde a un país de estructuras caducas y fundamentalmente atrasado, con una economía anquilosada, ajena a una Revolución Industrial íntimamente ligada a aquel, y que se abría camino entre las naciones vecinas.
La llegada del ferrocarril debió suponer un enorme cambio en los transportes nacionales. Sólo debemos recordar que uno de los competidores más ambiciosos del tren junto al Manzanares fue el propio Canal del Manzanares, cuya navegación ya se había abandonado unos años antes de que se inaugurara la linea de Aranjuez.
Por otro lado, la red de carreteras en España era muy deficitaria, completamente insuficiente para suponer una amenaza competitiva a los nuevos caminos de hierro. Esta situación cambiaría radicalmente a principios del siglo XX, con el desarrollo de los motores de combustión interna y de su milagroso combustible líquido. Sin embargo en España, a mediados del XIX, la forma de desplazarse o de transportar mercancías se basaba en la tracción animal y discurría normalmente por polvorientos caminos, lo que da buena idea de la fosilización de nuestra economía y del aislamiento del interior peninsular.
El ferrocarril vino precisamente a paliar en lo posible esta situación, pero no fue un camino de rosas. Sus estructuras y material rodante, costosos de mantener, no encontraban fácil encaje en la secularmente atrasada economía española. La tecnología nos era prácticamente desconocida y las fuertes inversiones necesarias parecían vetadas al capital nacional, insuficiente cuando no excesivamente mezquino, por lo que a mediados del XIX se facilitaría la entrada del dinero extranjero.
Así fueron apareciendo ferrocarriles con diversos propósitos y anchos de vía, para el transporte de pasajeros o de mercancías, dando servicio a fábricas o a estaciones de viajeros.
El Tren de Arganda vivió todos estos trances, transformándose siempre al borde de colapso en lo que el nuevo orden requería de él. En su enésima pirueta vive hoy como parte de la red de Metro de Madrid. Su historia es todo un paradigma que intentamos narrar en el extenso capítulo que le dedicamos.
El Ferrocarril de Aranjuez pasaba, y pasa, por el mismo corazón del Parque Lineal del Manzanares. Resulta interesante como en pleno Madrid podemos encontrar vestigios arqueológicos de esta línea por la que hoy más que nunca siguen circulando trenes. A esos restos arqueológicos dedicamos su capítulo.